Aún no tenemos un ente regulador que guíe los requisitos mínimos que han de tener los contratos con los jugadores, por lo que solo nos queda entrar al mundo jurídico y calificar correctamente cómo deberíamos entender el contrato de jugador profesional de eSports en relación con la organización que representa, para que casos como el de Valorous no se repita.

Por Rodrigo Gómez
Asesor jurídico y socio e-Lawyers
@eLawyers3

Después de lo ocurrido con el caso de Valorous, debemos pensar sobre la importancia de la situación que aconteció con el equipo y sus (ahora) ex jugadores. A diferencia de los demás deportes clásicos como el fútbol o el tenis, aún no tenemos un ente regulador que guíe los requisitos mínimos que han de tener los contratos con los jugadores, por lo que solo nos queda entrar al mundo jurídico y calificar correctamente cómo deberíamos entender el contrato de jugador profesional de eSports en relación con la organización que representa.

En general, en este caso podemos reconocer dos opciones para establecer contratos: el contrato civil y contrato laboral. Hay diferencias entre ellos, pero lo que radica para calificar uno y otro es un aspecto conocido como “subordinación y dependencia”. Esta relación se traduce como la facultad o poder del empleador de dar instrucciones u órdenes al trabajador. Por lo tanto, más allá de lo que aparece establecido en en este acuerdo, si es que existe dicha facultad, se deberá entender como contrato de trabajo o laboral.

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Por otro lado, el contrato civil se caracteriza por no plantear subordinación y dependencia, sino que tiene la lógica de reconocer el profesionalismo con el cual el contratista puede realizar los fines establecidos, a través de procesos propios y su determinación. ¿Qué quiere decir esto? que los jugadores contratados solo tendrían la obligación de jugar en representación del equipo sin seguir ordenes ni tampoco que se le guíen los entrenamientos ni estrategias. En simple: Solo están obligados a dar el mejor desempeño que puedan a base de su planificación como profesional.

Esto, considerando la naturaleza de la disciplina, es complejo si entendemos que se trata de un trabajo en equipo y durante el desarrollo de un torneo. Además, hoy por hoy, el hecho de que los jugadores tengan horarios establecidos para entrenar, horarios para definir prácticas, exista un entrenador que sirva de instructor para llevar acabo las actividades dentro de las partidas y generar estrategias que ellos deben aplicar en los distintos juegos, entre otros, parecieran ser una característica que da prueba de que se trata de un contrato de trabajo.

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Ahora, que se trate de un contrato de trabajo no significa que no hayan situaciones a discutir una vez resuelto los puntos anteriores. Dado la especialidad del servicio otorgado por los jugadores, se deben zanjar puntos como los premios, clausulas de rescisión en caso de que los jugadores puedan ser vendidos a otros equipos (más conocido como “pase”) y un sinfín de especialidades.

Éstas últimas podrían ser acomodadas a base de un gran reglamento que pueda proteger a los jugadores y a los equipos, guiándolos a ambos a desarrollar un buen actuar en la escena nacional e internacional. Esto brindará mayor certeza tanto a jugadores como a los equipos pudiendo, incluso, conseguir mejores contratos de marcas publicitarias que busquen invertir en un modelo de negocios seguros en un futuro. Porque, si el día de mañana un equipo no tiene protegidos a sus jugadores, podríamos volver a tener un caso como el de Valorous, en el que el equipo se vería forzado a dar explicaciones públicas, ser enjuiciados públicamente y, eventualmente, también por la justicia, lo que alejaría a inversores a entregar financiamiento.

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Este es el panorama general que nos encontramos en los eSports, una suerte de camino sin recorrer en el que debemos decidir, como parte de la comunidad, cómo vamos a tratar la relación entre jugadores y equipos. De ahí es que viene la importancia del caso Valorous.

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